
Social y culturalmente estamos contextualizados en una realidad en la cual el sacrificio es buena palabra, el sacrificio está unido con la virtud, pero como podemos entender en analizar este término, es “el sacrificio”, algo neutral, parecería universal, que excede a cada uno de nosotros. Estirar nuestra paciencia hasta donde ya no podamos más, porque debemos sacrificarnos. Aunque esto implique anular nuestra vida o nuestros deseos, lógicamente que nadie se ha detenido a sentir las necesidades.
Cuando estamos atravesando alguna situación psicológica de abuso o de sufrimiento tanto psíquico o físico (existen muchos más modos de situaciones abusivas como la económica, agresión verbal, etc), una de las emociones que se evidencian es la rabia, la misma permite que las personas que sostienen situaciones sin poner límites esta emoción surja como base de las demás emociones.
Seguramente no podamos darnos cuenta de la raíz de toda esta plataforma emocional por la cual estemos atravesando. Por esto es perjudicial no saber poner límites. Este se eleva cuando nos negamos a ver la realidad que tenemos delante de nosotros. Cuando no sabemos detectar las ofensas y/o ponerles frente a tiempo. El olor del miedo al abandono, a la crítica o al estigma se convierte en el mejor aliado de los que no dudan en hacer la debilidad su primera piel para amortiguar los golpes.
Tantos tipos de personas, tantas complejidades en las relaciones humanas que sería imposible conocer por qué unas funcionan de un modo y no de otro. Si todo se adhiriese a un guion o a un plan divino, qué poca gracia y sentido tendría todo.Sin embargo, algunos patrones relacionales parecen repetirse una y otra vez. Los observamos, los combatimos, los sufrimos, los padecemos, los sobrevivimos. Son aquellos caracterizados por un sistema comunicacional en el que ciertas personas no tienen voz. Patrones de relación en las que alguien no pone límites a su entrega, aunque eso suponga su infelicidad.
Relaciones en las que una persona se niega el derecho de poder pensar primero en ella misma.
El precio de no poner límites a las demandas, a las opiniones edificantes que no han sido pedidas y a los malos modales cuando de vuelta, pocas veces se recibe el más mínimo gesto de cortesía.No debemos esperar nunca un “lo siento” o un “gracias” de alguien que hace ya mucho tiempo que sobrepasó los límites del abuso emocional con nosotros.Esas palabras de cortesía y de agradecimiento serán otorgadas a alguien que quizás sin dar nada, ya ha ganado la “prima dote” de todos los elogios.
Poner límites es el primer paso para empoderarnos.
Sin límites firmes, es fácil “fusionarse” o enredarse con los demás, provocando que cuidemos emocionalmente los demás, que seamos excesivamente responsables, o descuidemos nuestras propias necesidades. Cuando los límites son demasiado rígidos nos aislamos de los demás y les apartamos de nuestro lado.
Los límites saludables son “selectivamente permeables.” No son ni demasiado rígidos ni demasiado vagos (no extremadamente). Más bien, son flexibles y pueden abrirse o cerrarse si lo necesitamos, al igual que una célula sana.
Los límites están relacionados con nuestras necesidades de apego cuando éramos infans. Los mismos nos ayudaron a posicionarnos en la sutil pregunta: ¿Dónde comienzo yo?, a partir de donde termina el otro.
Un paso importante para desarrollar limites saludables es aprender que ninguna persona puede proporcionarnos e la seguridad interna que necesitamos; el momento para eso es la tempana edad, momento que ya ha pasado. Sin embargo, como adultos podemos lamentar esa oportunidad perdida y desarrollar nuestra propia seguridad interna.